La belleza de la imperfección: reseña de “Un Cuento Perfecto”
Dos chicos de mundos opuestos, decisiones, rupturas y una historia de amor que nace de las imperfecciones y los encuentros fortuitos: esto y más es “Un Cuento Perfecto”, de Elísabet Benavet. No te pierdas nuestra reseña de este bestseller.

Portada de "Un Cuento Perfecto", de Elísabet Benavent.
Chico conoce a chica. Chica conoce a chico. Estaban destinados a encontrarse. Estaban destinados a enamorarse. Y eso a todos, hasta a los mismos personajes, nos quedó claro prácticamente en las primeras páginas de este libro, cuyo título, para muchos, sería hasta un insulto porque, vamos: ¿qué vida es realmente “un cuento perfecto”?
Pero esa es la chispa con la que Elísabet Benavent, su autora, juega todo el tiempo durante las más de 600 páginas que dura este escrito: que esta historia de amor está lejísimos de ser perfecta. Y, paradójicamente, es su exceso de imperfecciones los que la hacen, justamente, ser perfecta.
Una paradoja en sí misma, lo sé, pero, ¿quién de nosotros no hemos vivido esa misma situación, al menos una vez? Un evento que sentimos que a los ojos de miles, incluso a los de nuestra propia cordura, parecería la crónica de un fracaso anunciado, pero que, por alguna razón, resultó ser todo lo contrario: una aventura; una gran lección; una sonrisa que durará en la eternidad de la memoria del mundo.
Esta no es la primera novela que leo de @betacoqueta, su pseudónimo en redes sociales y como prácticamente todos sus fans la llaman cuando sale a relucir entre sus conversaciones. Pero sí estuvo muy cerca de ser el libro que menos me gustó de su repertorio (al momento)… hasta que llegué a su final y todo me hizo clic. Este detalle es importante, pero lo explicaré después de contarte un poco de lo que ofrece su trama.
Ésta sigue, en paralelo, a dos personajes: por un lado, Margot, una chica de 30 y pocos cuya vida sí parece como salida de un cuento de hadas, ya que aparentemente lo posee todo: es la heredera de un imperio multimillonario de hoteles; dueña de una casa propia en la zona más exclusiva de Madrid; tiene una relación de poca madre con sus hermanas, y un novio que está tan bueno como el mismísimo Henry Cavill, con quien está a punto de celebrar su boda.
En cambio, por el otro, tenemos a David, un joven de 20 y muchos quien no tiene en dónde caerse muerto: tres trabajos mal pagados; duerme en el sofá de su mejor amigo, quien ya está casado y tiene una hija pequeña; está muy lejos de su pueblo natal, del resto de sus amigos y su familia; y su novia, Idoia, la mujer más despampanante a sus ojos y de quien está perdidamente enamorado, lo acaba de dejar porque lo ve como poquita cosa. Auch.
¿Qué tendrían que hacer juntos este par de mundos opuestos? ¿Cómo se las habrían de arreglar si pareciera que no tienen nada en común? Pero es que sí lo tienen: ambos son los chicos de los ojos tristes. Y esa energía, como la que llama a la creación de un supernova, atrae, lo que hizo que sus vidas quedaran irremediablemente unidas tras encontrarse en un bar a días de que ella saliera huyendo de su boda por un ataque de pánico.
Y todas las vicisitudes que los llevan a encontrarse y a tomar la decisión de hacer un viaje juntos, como el mismo viaje, se convierten en caramelos para aquellos que nos aventuramos a acompañarlos en su travesía como espíritus a los que ellos nunca llegan a ver pero que saben que están ahí, porque constantemente hablan con nosotros, lo que hace de la lectura un acto mucho más personal.
Pero lo que a mí me hizo querer dejarlo, llegado cierto punto, no fueron estos problemas previsibles o lo predecible de su enamoramiento, porque lo bonito del texto no es saber qué va a pasar sino cómo ocurren las cosas. No. Desafortunadamente, hay un momento en el que esos caramelos se vuelven empalagosos porque la autora comienza a añadirles más y más especias y azúcares hasta convertirlos en una versión muy cerda de lo que fueron.
Deja me explico mejor: es muy obvio que el resultado de una novela de romance, cuando éste se lleva a su extremo, sea ver a los personajes postrados en una cama haciendo el frutifantástico. Y, en lo personal, no es algo que me moleste porque, como ya lo dije, es algo que hasta cierto punto se espera de algunas historias. Lo malo es cuando estas escenas se vuelven tan repetitivas que parece que la línea conductual de la historia se desdibuja y el texto se convierte en una versión light del “Libro Vaquero”: sin dibujitos pero con cero censura.
Hubo un punto en esta novela donde sentí que el romance se perdía para sólo mostrar a un par de jóvenes cachondos que querían que la vida se les fuera en puro cuchiplanchar. Y aunque estas escenas son constantes en las novelas de Benavent, siento que en esta ocasión las exacerbó hasta el cansancio y al punto de hacerles perder el atractivo (al menos para mí).
No obstante, una parte en mi interior no quería dejar el libro porque tenía que saber en qué acababa la historia de este par de conejos humanos (que siempre usaron protección, algo que les debemos reconocer). Y fue el final de todo lo que me hizo comprender que, de alguna manera, incluso esas escenas fueron necesarias para retratar momentos de extrema sequía que amenazaron con destruir las cosas bonitas que los protagonistas construyeron dentro y fuera de sus momentos de intimidad.
Es difícil para mí explicar esto sin entrar en detalles, pero tengo que hacerlo porque hice un pacto con la autora al acabar el texto: no revelar el final. Porque es importante que cada lector, al igual que los personajes, tome una decisión con la novela en sus últimos capítulos. Es una experiencia que, de cierta forma, hace un símil a los momentos más climáticos de la vida misma de cada uno de nosotros, porque nos plantea la incógnita que a muchos nos ha recomido más de una vez: “¿qué habría pasado si…?”
Este libro está lejos de ser perfecto. Y seguramente, para muchos lectores, habrá sido una pérdida de tiempo. Y está bien: como todo en la existencia, no va a complacer a cada persona que lo tenga entre sus manos. Pero sé que a muchos otros, como a mí, que somos enamorados empedernidos y que seguimos llorando, aunque sea poquito, cuando Jack se hunde junto al Titanic, o cuando el Señor Darcy le declara su amor a Lizzie Bennet en “Orgullo y Prejuicio”, les dejará una marca en el corazón.
Porque este libro, además de ser una historia romántica y erótica, es un llamado a la vida propia: para que aprendamos a tomar riegos; para que sepamos descubrir qué es realmente el amor y qué podría ser monotonía o codependencia; para ver la belleza en nuestras imperfecciones y en la de los demás; para gozar de las pequeñas cosas, porque son efímeras y volátiles, pero maravillosas; para autodescubrirnos y respetar y amar lo que somos. Para todo y nada a la vez.
Puede que esta sea una historia que no vuelva a tocar el resto de mi vida. O puede que sí, cuando quiera escapar, durante un rato, de la misma. No lo sé. Y no saberlo, y disfrutar de esa sensación, es la mejor experiencia que el libro me pudo dejar. Ojalá que, si tú también le das chance, te ayude a sentir lo mismo.
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