Reseña | ‘El Triángulo de la Tristeza’
En su más reciente película, Ruben Östlund imagina una fábula anti-capitalista con un tono y consecuencias extremas, que evidencian a un cineasta de un imaginario poderoso y un sentido del humor sin reparos.

El slogan “eat the rich (comete a los ricos)” se encuentra bastante vigente en el cine de hoy en día, a tal grado que ya podría asociarse como un subgénero, uno beneficiado en los mayores festivales de cine de la actualidad. Habiendo una tendencia en el Festival de Cannes, con inclinación por el cine de corte social, que ha premiado con la Palma de Oro, el equivalente a Mejor Película en el festival, a títulos como Parásitos (2019) de Bong Joon-ho, y ahora a los dos últimos trabajos del sueco Ruben Östlund: The Square en 2017, y El Triángulo de la Tristeza en 2022.
Esta línea de películas retrata de manera desvirtuada a la clase alta, poniéndolos en situaciones donde quedan ridiculizados, usualmente exhibiendo su inutilidad o banalizando aquello que los aqueja. Siendo que las audiencias actuales tengan apego por este tipo de películas, puede ser muestra de un cierto resentimiento hacia la clase retratada, y también hacia las élites de poder. Aunque bien valdría señalar, que la burla que en realidad hacen los cineastas que realizan estas películas, es una que nos incluye a todos como sociedad, exhibiendo tal vez cómo aportamos a la permanencia del sistema que promueve la desigualdad, o diciéndonos que tal vez todos seríamos igual de ruines estando en el mismo nivel. Sobre todo vale apreciar, que las películas que conllevan el lema “eat the rich”, son también una descomposición de lo que concebimos como una sociedad “civilizada”, que sólo requiere de cierta inercia para dejar ver su lado más primitivo.
En la extraordinaria película del 2017, The Square, se auguraba que dentro de la pieza que le daba título a la película, una instalación que tenía un cuadrado en el suelo, era un espacio donde todos se volvían iguales, con los mismos derechos y obligaciones. Este idealismo, además de contener una burla al arte conceptual y contemporáneo, era también un lema en el que se regodeaba el protagonista y su círculo de personas, para después demostrar en distintas escenas vergonzosas, que esto era meramente un slogan platónico, por no decir hipócrita.
Esa misma alta clase idealista se encuentra en El Triángulo de la Tristeza (recordando que Östlund adjudica sus últimas tres películas como una trilogía, que incluiría a Fuerza Mayor del 2014), representada a través de una variedad de personajes que conforman un elenco coral, cada uno representando distintos sectores empresariales o estereotipos de los ricos. Para este filme, el director y guionista elabora una estructura de tres capítulos (aludiendo a la figura del título) que son muy distintos en su naturaleza y escenarios, a la par que no se centran en un solo personaje, pese a que el punto de partida son dos modelos, Carl (Harris Dickinson) y Yaya (Charlbi Dean, tristemente fallecida el año pasado), a quienes primero conocemos en su oficio, audicionando y en pasarelas, y quienes después ganarán un viaje en un crucero de lujo, siendo el escenario donde se encontrarán con el resto de piezas (o víctimas) del plan de Östlund.
Similar a The Square, la película se compone de un encadenado de sketches o actos cómicos, que podrían parecer a simple vista inconexos, pero que tienen un fin, empezando por hacer un retrato de distintos sectores de la clase alta y sus comportamientos, orillándolos a un escenario que termine con su estatus quo, acabando con el sistema capitalista, dejándolos expuestos y convalecientes. A lo largo de estos sketches, Ruben Östlund hace uso de su talento y visión para la elaboración de una escena, logrando un nivel de humor magistral, que pasa a través de la pena ajena, el humor negro, y lo escatológico. En una sala de cine se puede apreciar el crescendo de la reacción de los espectadores, que va de las risas más disimuladas, a una serie de exclamaciones y carcajadas cuando llega el caos.
Algunos críticos y detractores han llegado a juzgar a la película como disparatada o una mera caricatura, cuando a gusto personal, el tono y posibilidades exacerbadas del argumento demuestran a un director de un imaginario poderoso. La escena más ambiciosa, y memorable, es la que se anticipa en el crucero como la “Cena del Capitán”, donde simplemente es inimaginable toda la cadena de sucesos desagradables y catastróficos que ocurrirán, donde vale la pena notar la puesta en escena y simbolismo que logra Östlund con la inclinación de un lado para otro de un barco en altamar, donde nos anticipa el cómo nivelará a las clases sociales.
Se imagina de manera bastante “punk” el fin del capitalismo, eliminando de raíz a la meritocracia y volviendo a los más aptos como líderes que se imponen. Tal vez las conclusiones a las que llega el filme no son las más satisfactorias moralmente, pero similar a Parásitos de Bong Joon-ho, lo que nos declara el director, es que la lucha de clases está perdida, ya que todos somos seres ruines estando en el mismo nivel. Y nuevamente, más que ser una burla ajena, es un comentario redondo que habla de la deshumanización del individuo y el sinsentido del sistema capitalista.
Siendo una fábula anti-capitalista, donde a modo de odisea (resultando muy alejados el punto de partida y el fin del viaje) se descompone la sociedad contemporánea. El Triángulo de la Tristeza es un trabajo audaz que expone la habilidad del autor en su comedia sin reparos, a la hora de imaginar y ejecutar escenas, y en la forma de retratar lo burdo de nuestros tiempos.
Título original: Triangle of Sadness
Dirección y Guion: Ruben Östlund
Elenco: Harris Dickinson, Charlbi Dean, Dolly de Leon, Zlatko Buric, Iris Berben, Vicki Berlin, Henrik Dorsin, Jean-Christophe Folly, Woody Harrelson
François Truffaut decía que todos tenemos dos profesiones, a lo que nos dedicamos realmente y a ser críticos de cine. Soy camarógrafo y editor de video, pero ante todo soy cinéfilo y crítico de cine. Escribo y hablo de cine en mi página personal, Cinemacritic.