En una discusión posterior a una proyección de Beau Tiene Miedo, la nueva película de Ari Aster, Martin Scorsese comentó que han habido grandes obras odiadas en su momento, pero que el tiempo después pone en su lugar, usando como ejemplo a Barry Lyndon (1975) de Stanley Kubrick. Comentario hecho, debido a las críticas y opiniones severas hacia este trabajo de Aster. Ejemplos de lo que dice Scorsese sobran, tan sólo le ocurrió a 2001: Odisea en el espacio, coincidentemente otro filme de Stanley Kubrick, y le paso al propio Federico Fellini con distintas de sus películas, entre ellas La Dolce Vita (1960). Es interesante que Scorsese plantee esto, estando recientes los estrenos de Babylon de Damien Chazelle, o de Bardo de Alejandro G. Iñárritu, películas que si bien no podemos adjudicar como clásicos, sin duda obtuvieron una respuesta en extremo divisiva, habiendo quienes particularmente las elogiaron.

Es un fenómeno bastante particular, el cómo una misma película despierta reacciones distintas en los varios espectadores que las miran. Sin embargo, si algo tienen en común las películas mencionadas en el párrafo anterior, es una tendencia de los directores que las realizan, de estar en un momento de su carrera donde buscaban irse al gigantismo. Tal vez dependiendo de la apreciación de cada espectador a dichos trabajos, esto pueda ser válido o no, pero podría ser que esa misma escala es lo que las vuelve experiencias inconmensurables, cargadas ya sea de ideas, escenas, y valores de producción, que en una primera revisión pueden abrumar a quienes las confronten.

Personalmente puedo decir que esto sucede con Beau Tiene Miedo, un argumento cuyo punto de partida es el de un hombre solitario y endeble que se prepara para visitar a su madre, en vísperas del aniversario luctuoso de su padre. Pese a la aversión y miedo que le puede generar el encuentro con ella, temor que sale a flote en una sesión de terapia al arranque, él está decidido a realizar esta visita. Lo que se irá complicando por una serie situaciones importunas, pero sobre todo peligrosas, ya sea porque la colonia donde vive es una distopía urbana, por una mala pasada de un vecino (¿o de la vida misma?) que lo despoja de sus llaves y equipaje, hasta llegar a un accidente catastrófico donde el protagonista es atropellado estando desnudo en la calle. Lo que hará que Beau deba ir contra viento y marea para cumplir la cita con su madre, en una odisea de tintes psicoanalíticos, absurdos, mitológicos, y hasta bíblicos.

Después de entregarnos, lo que a gusto personal son dos de las mejores películas de terror de los últimos años, como lo serían El Legado del Diablo (2018) y Midsommar (2019), Ari Aster ahora incursiona en la comedia negra, que ante todo representa la turbia relación de un hijo con su madre, encaminándola hacia el complejo de Edipo. El cineasta se siente en su territorio, al generar atmosferas inquietantes, pero sobre en su despliegue de su idea particular sobre la crueldad. Este es un filme que en sus mejores momentos puede hacer reír con temas tan delicados como el trauma o el duelo tanatológico, así como transmite la profunda oscuridad de su relato y de la condición desoladora de su protagonista, interpretado por un Joaquin Phoenix en extremo patético y que provoca un profundo malestar al verlo sufrir (sin duda alguna una extensión de su personaje en Guasón del 2019).

Aster demuestra un virtuosismo y ambición como cineasta en la imaginación del universo irracional de esta película, y en el particular tono de sus mejores fragmentos. Ya sea imaginando un Estados Unidos cayendo en la demencia absoluta, generando una alta delincuencia y nivel de violencia en las calles, o mostrando el día a día trastocado de una familia adinerada que perdió a uno de sus hijos en la guerra. Son escenarios y momentos de mucha imaginación donde se juega con el número de personajes a cuadro, con las composiciones y puesta en escena, o con las sensaciones audiovisuales.

En su mejor forma, la película es una travesía sumergida en el impresionismo y en el psicoanálisis, otorgando momentos profundamente turbios, ya sea por las sensaciones que transmite una escena o situación, por el patetismo al que se le somete al personaje, o por la manera en que Aster pone una vez más a duda nuestra idea de libertad, ya que recordando cualquiera de sus películas, sus personajes nunca están en control real de lo que les ocurre.

Desafortunadamente el filme pierde contundencia por aquel tema que se ha mencionado desde las primeras reacciones, que a estas alturas es un elefante en la habitación, y es la duración de casi tres horas, que el director quería que originalmente fueran cuatro. Más allá de no poder hacer un filme que sea denso y largo a la vez, nuevamente me remontaría a Bardo y Babylon que me parecen ejemplos magistrales, Beau Tiene Miedo se compone de fragmentos claramente definidos, o en viñetas por decirlo de otra forma, y en conjunto se sienten un tanto desbalanceadas. Empezando por dos primeras partes donde se nota un Ari Aster en su mejor forma, en lo que sería el departamento de Beau y la casa de los extraños que lo atropellan, en adelante se pierde el piso con momentos mucho más grandilocuentes, a la vez que más irracionales, donde se nos lleva al terreno del simbolismo y del absurdo desmedido.

Es aquí donde vuelvo a traer esta predicción que hizo Scorsese (quien también vale mencionar, se ha vuelto un fuerte promotor de la carrera de Ari Aster) sobre filmes culturalmente trascendentales, más porque hay claros ejemplos que abrazan lo psicodélico e irracional, volviéndolos conflictivos al ser confrontados las primeras veces con la audiencia, pero resignificándose con los años como experiencias cinematográficamente poderosas. Es el caso de Apocalipsis Ahora (1979) de Francis Ford Coppola, por ejemplo, y sin duda alguna, Beau Tiene Miedo es una película que se siente con dicho potencial, pero que al menos por ahora se siente como un paso menos contundente en la filmografía aún temprana de Aster.

Decir que su nueva película queda por debajo de sus dos trabajos anteriores podría parecer imponerle una expectativa muy alta (lo que en la carrera de algunos cineastas se ha llegado a denominar el síndrome de Orson Welles, quien siempre vivió bajo la comparativa de su Ciudadano Kane), sin embargo, El Legado del Diablo y Midsommar funcionan como ejemplos más afortunados de lo que intenta Ari Aster en Beau Tiene Miedo, ya que ambas son más impactantes en las revelaciones que hay detrás de sus conspiraciones, aparte de sentirse mucho más contundentes desde la primera vez que uno las descubre. Ciertamente en Beau…, el cineasta se va a un territorio más impresionista y ambicioso, pero también vale la pena plantearse la suposición de si este nuevo filme funcionaría mejor teniendo una menor duración, que es lo que sucede con el corte de cine de Midsommar, que fluye mejor que el corte del director de mayor duración. O también sirve como ejemplo las películas más alocadas de Charlie Kaufman, ya sea en Synecdoche, New York (2008) o en Pienso en el Final (2020), que son filmes crípticos y exigentes, pero mucho más funcionales al acotarse a las dos horas. Que por cierto, por supuesto que Kaufman se siente como un fuerte referente en este trabajo de Aster.

Al final del día, puede que el tiempo consagre y le dé su lugar a Beau Tiene Miedo, porque igual y necesitamos tomárnosla con más calma los espectadores a quienes no nos termina de convencer. Sin embargo, cabe decir que el status del que goza actualmente Ari Aster no decae, un cineasta que pareciera tiene el don natural de estremecer al espectador, y de entregarnos argumentos y personajes profundos y complejos. No se pierde el interés por el que vaya a ser su próximo proyecto, y por qué no, queda la puerta abierta en un futuro, de volver a hacer la odisea con Beau y verla con ojos diferentes.

Título original: Beau Is Afraid
Dirección y Guion: Ari Aster
Elenco: Joaquin Phoenix, Nathan Lane, Amy Ryan, Kylie Rogers, Armen Nahapetian, Parker Posey, Patti LuPone, Stephen Henderson

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