24 de septiembre de 2023
De romances y oposiciones: reseña de "Rojo, Blanco y Sangre Azul"

De romances y oposiciones: reseña de "Rojo, Blanco y Sangre Azul"

Dejemos una cosa clara: los Millennials somos la generación que, para bien y para mal, le pese a quien le pese, fue mayormente tocada por Disney y sus cuentos con historias siempre terminan bien.

Y aunque somos una generación complicada, a la que le ha tocado batallar hasta el cansancio por la visibilidad de muchas minorías y los estragos nada ficticios de la salud mental, también somos una sociedad que, por más que aparentemos lo contrario, no puede dejar de desear su propio final de ensueño.

Justo ese es el contexto que la escritora Casey McQuiston exploró en su novela “Rojo, Blanco y Sangre Azul”, mostrándonos un romance que floreció desde las imposibilidades, entre el hijo de la primera Presidenta de los Estados Unidos y un Príncipe de la Monarquía inglesa.

Es importante recalcar lo de las “imposibilidades” porque este amor realmente tuvo que enfrentarse a muchos obstáculos que habrían hecho que cualquiera decidiera desistir si se encontrara en una situación similar: problemas de distancia, de comunicación, de diferencia de personalidades, y el hecho de que ambos son hombres y tienen puestos sociopolíticos clave que pondrían en peligro las relaciones de dos potencias mundiales.

McQuiston sabía que tenía demasiadas cosas en contra al realizar esta novela, porque uno mismo como lector se plantea las disyuntivas que ella buscó responder a lo largo de la historia: ¿de dónde nacería una relación entre dos personas que se odian casi a muerte? ¿Cómo le harían para sobrellevarlo todo desde el secreto, con diferentes husos horarios y localizaciones? Y, si se llegara a filtrar la relación, ¿cómo se enfrentaría la pareja a la opinión pública?

Pero la autora confió desde siempre en un elemento muy importante que estuvo presente en toda la novela pero actuando desde las sombras: la esperanza. Eso que justo ha hecho que muchos millennials, como sus protagonistas, se sigan moviendo al grado de formar marchas y colectivos presenciales y digitales para pelear contra pensamientos retrógradas que no han ayudado a la sociedad a avanzar hacia el progreso.

La vida de nadie es perfecta, y eso lo sabemos todos. Sin embargo, no por eso deja de ser maravillosa y de contener momentos que la hacen única, como la historia de amor de Alex, el Primer Hijo de Estados Unidos, y Henry, el Príncipe inglés.

Y por supuesto que el escrito está lejos de ser perfecto: por momentos, la escritora lo estancó en situaciones políticas que resultarían confusas para aquellos que no tengan un grado de conocimiento en este terreno, y la relación de los protagonistas, en algunas escenas, es más sexual y pasional que romántica, lo que hace que uno pueda pensar que lo que sienten en realidad es la necesidad de un calentón y no un enamoramiento.

También hay escenas en donde se pueden esperar más cosas de los personajes secundarios, sobre todo por la fuerte exposición que se les dio al hablar de la relevancia que tienen en la toma de decisiones de los principales, pero esto nunca ocurre: no dejan de ser personajes incidentales.

Y debo decir que, en lo particular, su inicio me resultó poco atractivo, porque la autora te plantea una presentación de personajes que, a mi parecer, fue sosa y hasta desordenada, al hacer comentarios de situaciones y eventos que, al momento de cruzarlos con los actuantes, dan a entender que no tenían nada que ver unos con otros.

Pero entre más avancé en la lectura, más me fui enamorando del alma de estos amantes: una, fría y melancólica, aunque valiente y elocuente; y la otra, acalorada y apasionada, pero dulce y juguetona.

Y claro que los personajes también llegaron a causar estragos en mi interior de tanto en tanto, pero incluso esos momentos agridulces se mantienen enganchados a mi corazón, porque eran necesarios para entender mejor la mente y los sentimientos de cada uno.

El final es abierto pero bastante bonito, y fue la mejor forma que McQuiston pudo hallar para hacer presente su punto: no importa lo mal o imperfecto que se vea todo alrededor; ni siquiera lo oscuro que podamos sentir nuestro interior, siempre y cuando tengamos la fe suficiente en nosotros mismos y en un porvenir alegre por el que valga la pena luchar.

Deja un comentario